Algo más psicodélico: El abismo
Éste fue mi segundo texto, cuando lo escribí no existía internet, y simplemente estaba guardado entre mis diarios para ser leído sólo por mí. Por eso se puede interpretar de distintas maneras. (Para los antiguos de atra, prometo que el próximo es inédito!)
EL ABISMO
Hubo alguien a quién admiré más de lo que puedo expresar. Conocía todos los misterios de la vida, y me los revelaba con absoluta sencillez.
Para ella, todo era claro y simple: la vida, la muerte, el amor, el odio; todo era blanco o negro, bueno o malo, sin lugar para medias tintas.
Tenía los ojos brillantes y profundos como una noche estrellada, y palpitaba en ellos la intensidad de la vida. Era suave como la brisa y fuerte como la roca, tierna como un ángel y brava como un león. Pendía de su cuello blanco el símbolo de la cruz, y ardía en su corazón el fervor de los antiguos cristianos en sus ritos prohibidos.
Hablaba sólo con la verdad, y callaba lo que no debía decirse.
Podía sentir el brillo de un campo soleado, la intensidad de un atardecer en el mar, la paz de un templo en penumbras. Amaba su vocación, la deslumbraba su tierra, lo daba todo por un amigo.
A nada le temía, porque, me decía, nada hay que temer si uno se sabe justo.
Pecaba a veces de utópica en sus ideales, jamás se detenía a pensar si eran realizables, porque nada parecía imposible para su espíritu desbordante de ímpetu y juventud.
Y es que, quizás, todo lo habría logrado, si sólo hubiera vivido un instante más.
Una noche sin luna, vagaba por lo alto de una colina, meditando, como solía hacerlo, en el sentido trascendente de las cosas, cuando, de pronto, algo crujió bajo sus pies. La tierra empezó a abrirse, y pude verla luchar por su vida mientras se hundía rápidamente.
Desconcertada por lo que veía, me llevó un tiempo reaccionar y abalanzarme hacia ella.
Llegué en el momento exacto en el que la tierra abierta la succionaba hacia un pozo sin fondo. Aplastada contra el piso, extendí cada músculo de mis brazos y llegué a tocar su mano; durante unos segundos, nuestros dedos se entrelazaron, y yo miré dentro de sus ojos sabios en busca de una idea, de algo que me permitiera salvarla. Pero era demasiado tarde: pude ver su rostro contraerse de dolor, pude ver sus uñas destrozarse en un feroz intento por clavarse en la tierra. Recurrí a todas mis fuerzas, pero no logré sostenerla, y tuve que ver cómo se desbarrancaba inexorablemente hacia la negrura más absoluta.
La tierra se cerró rápidamente sobre ella, y yo me quedé tendida en el suelo, incrédula: aquello no podía haber pasado, simplemente, no podía ser real.
Me incorporé como pude y miré a mi alrededor: todo estaba igual, nada había cambiado; la gente seguía peleando y riendo en sus propios mundos, totalmente indiferentes al horror que me envolvía.
Mientras me alejaba del lugar, con la mirada perdida y el pecho oprimido, se apoderó de mi mente la más profunda sensación de irrealidad: eso tenía que ser un sueño; pronto me iba a despertar y ella iba a estar allí, con su eterna sonrisa y sus ojos brillantes, tendiéndome su mano hacia la tierra de los sueños y la vida, como siempre lo había hecho.
Quería despertarme, empecé a correr, pero todo se tornaba cada vez más oscuro, hasta que ya no pude ver ni mis propias manos extendidas; oscuridad total. Me paré en seco, demasiado aterrada para seguir corriendo.
Lentamente, la negrura se tornó en una penumbra gris. No lejos de mí, casi rozándome, otros humanos caminaban en parejas o en pequeños grupos, conversando con naturalidad, incluso alegremente.
Desesperada, me abalancé hacia ellos: "¡La tierra se tragó a mi amiga!", les grité; esperaba que me ayudaran, aunque no me hubiera sorprendido demasiado que no me creyeran, o hasta que se rieran. Pero no hicieron nada de eso, ni ninguna otra cosa. Se limitaron a ignorarme miserablemente, sin siquiera mirarme o detenerse.
Estaba a punto de indignarme, pero, antes de lograrlo, una sensación me atravesó como un viento polar, paralizando mi corazón y helando la sangre en mis venas.
Invadida por el horror más infinito, finalmente lo comprendí: no me estaban ignorando, ellos no podían verme ni oírme. Y no podían porque, apenas unos minutos antes, yo me había desbarrancado inexorablemente hacia el fondo de un abismo.
Y aquí estoy, casi veinte años después, vagando por el mundo como alma en pena, intentando encontrar a alguien que pueda verme y, tal vez, ayudarme a rescatar a mi espíritu de su tumba congelada.
EL ABISMO
Hubo alguien a quién admiré más de lo que puedo expresar. Conocía todos los misterios de la vida, y me los revelaba con absoluta sencillez.
Para ella, todo era claro y simple: la vida, la muerte, el amor, el odio; todo era blanco o negro, bueno o malo, sin lugar para medias tintas.
Tenía los ojos brillantes y profundos como una noche estrellada, y palpitaba en ellos la intensidad de la vida. Era suave como la brisa y fuerte como la roca, tierna como un ángel y brava como un león. Pendía de su cuello blanco el símbolo de la cruz, y ardía en su corazón el fervor de los antiguos cristianos en sus ritos prohibidos.
Hablaba sólo con la verdad, y callaba lo que no debía decirse.
Podía sentir el brillo de un campo soleado, la intensidad de un atardecer en el mar, la paz de un templo en penumbras. Amaba su vocación, la deslumbraba su tierra, lo daba todo por un amigo.
A nada le temía, porque, me decía, nada hay que temer si uno se sabe justo.
Pecaba a veces de utópica en sus ideales, jamás se detenía a pensar si eran realizables, porque nada parecía imposible para su espíritu desbordante de ímpetu y juventud.
Y es que, quizás, todo lo habría logrado, si sólo hubiera vivido un instante más.
Una noche sin luna, vagaba por lo alto de una colina, meditando, como solía hacerlo, en el sentido trascendente de las cosas, cuando, de pronto, algo crujió bajo sus pies. La tierra empezó a abrirse, y pude verla luchar por su vida mientras se hundía rápidamente.
Desconcertada por lo que veía, me llevó un tiempo reaccionar y abalanzarme hacia ella.
Llegué en el momento exacto en el que la tierra abierta la succionaba hacia un pozo sin fondo. Aplastada contra el piso, extendí cada músculo de mis brazos y llegué a tocar su mano; durante unos segundos, nuestros dedos se entrelazaron, y yo miré dentro de sus ojos sabios en busca de una idea, de algo que me permitiera salvarla. Pero era demasiado tarde: pude ver su rostro contraerse de dolor, pude ver sus uñas destrozarse en un feroz intento por clavarse en la tierra. Recurrí a todas mis fuerzas, pero no logré sostenerla, y tuve que ver cómo se desbarrancaba inexorablemente hacia la negrura más absoluta.
La tierra se cerró rápidamente sobre ella, y yo me quedé tendida en el suelo, incrédula: aquello no podía haber pasado, simplemente, no podía ser real.
Me incorporé como pude y miré a mi alrededor: todo estaba igual, nada había cambiado; la gente seguía peleando y riendo en sus propios mundos, totalmente indiferentes al horror que me envolvía.
Mientras me alejaba del lugar, con la mirada perdida y el pecho oprimido, se apoderó de mi mente la más profunda sensación de irrealidad: eso tenía que ser un sueño; pronto me iba a despertar y ella iba a estar allí, con su eterna sonrisa y sus ojos brillantes, tendiéndome su mano hacia la tierra de los sueños y la vida, como siempre lo había hecho.
Quería despertarme, empecé a correr, pero todo se tornaba cada vez más oscuro, hasta que ya no pude ver ni mis propias manos extendidas; oscuridad total. Me paré en seco, demasiado aterrada para seguir corriendo.
Lentamente, la negrura se tornó en una penumbra gris. No lejos de mí, casi rozándome, otros humanos caminaban en parejas o en pequeños grupos, conversando con naturalidad, incluso alegremente.
Desesperada, me abalancé hacia ellos: "¡La tierra se tragó a mi amiga!", les grité; esperaba que me ayudaran, aunque no me hubiera sorprendido demasiado que no me creyeran, o hasta que se rieran. Pero no hicieron nada de eso, ni ninguna otra cosa. Se limitaron a ignorarme miserablemente, sin siquiera mirarme o detenerse.
Estaba a punto de indignarme, pero, antes de lograrlo, una sensación me atravesó como un viento polar, paralizando mi corazón y helando la sangre en mis venas.
Invadida por el horror más infinito, finalmente lo comprendí: no me estaban ignorando, ellos no podían verme ni oírme. Y no podían porque, apenas unos minutos antes, yo me había desbarrancado inexorablemente hacia el fondo de un abismo.
Y aquí estoy, casi veinte años después, vagando por el mundo como alma en pena, intentando encontrar a alguien que pueda verme y, tal vez, ayudarme a rescatar a mi espíritu de su tumba congelada.
6 comentarios
NOFRET -
Pero lo puedes interpretar a tu gusto, ésa era la idea con este texto.
Gracias por leerlo y me alegra que te haya gustado.
Otro beso para ti. :)
tequila -
Un beso:
Lola.
NOFRET -
Es posible que lo hayas leído en tu vida anterior, Pokito ¿entrabas a atra en tu última encarnación? :)
Y lo último que quería era congelarte más de lo que ya están! :P
Menos mal que no te tragó la
tierra, Goreño! me hubiera sentido culpable! :P
En realidad, mi hijo favorito es un relato de 32 páginas ¡pero es muy largo para colgarlo en cualquier lado! :(
Acompañarme a mí puede ser todo un risgo, White, muy valiente de tu parte! :)
Muchas gracias a los tres, es un gusto despertarse así. :)
white -
Brillante
Goreño -
Excelente, amiga Nofret, tu texto es como esos hijos únicos que vienen al mundo para ser admirados. Besos
pokito -
salud
chus